Por Rev. Augustus Nicodemus Lopes
Karl Barth (1886-1968) ciertamente
repudiaría la idea de un movimiento que llevase su nombre. El
genial teólogo y pastor suizo, a pesar de estar entre los mayores teólogos de
su siglo, jamás aceptaría esto. Después de
todo, con el éxito rotundo de su ministerio como predicador, profesor y escritor, fue inevitable que sus ideas dieran origen
a un movimiento ligado a su nombre.
Este movimiento teológico nacido con
Barth llegó a ser más conocido como neo-ortodoxia. Hay otros nombres
ligados a la neo-ortodoxia, como Emil Brunner y Richard Niebhur, pero ninguno
de ellos supera el nombre del profesor de Basilea.
Para que entendamos la razón por la cual el barthianismo vino a llamarse neo-ortodoxia es preciso que recordemos el momento histórico en que surgió.
Después de la Reforma, durante los
siglos diecisiete y dieciocho, la Iglesia protestante fue ampliamente
influenciada por las ideas originadas por el Iluminismo. El racionalismo
deseaba someter todas las cosas bajo el análisis racional. Lentamente la razón
humana comenzó a triunfar sobre la fe. El filósofo Ludwig Feuerbach
intentó transformar la teología en antropología, afirmando que todo lo que se
dice sobre de Dios, en realidad, se dice sobre el hombre. El influenció
grandemente a K. Marx, S. Freud Bultmann y F. Schleiermacher. Este último
desvinculó la fe cristiana de la historia y de la teología, reduciendo la
experiencia religiosa aún sentimiento de dependencia de Dios. Sólo después se haría
evidente que era imposible construir una teología sobre un terreno tan
subjetivo, pero en la época, y por más de un siglo, Schleiermacher fue seguido
por muchos y su influencia continúa hasta hoy.
En la misma época, surgió el método histórico-crítico
de la interpretación de la Biblia, que negó la inspiración divina de sus libros
y la trató como meros registros humanos falibles y contradictorios de la fe de
Israel y de los primeros cristianos. La confianza en la Biblia fue
tremendamente sacudida.
Estos desarrollos dentro de la Iglesia
y el movimiento que surgió asociados a ellos se llamó liberalismo. El liberalismo tenía
una perspectiva elevada del hombre y acentuaba la esperanza de que el Reino de
Dios podía ser implantado en este mundo mediante los nuevos conocimientos
científicos y tecnológicos traídos por el Iluminismo. Con esto, el
Evangelio perdió su exclusividad y fuerza. La Iglesia comenzó a secularizarse,
particularmente en Europa.
Entonces vino la I Guerra Mundial. Las esperanzas del
liberalismo teológico y del humanismo en general fueron aplastadas. La perplejidad y la
confusión dominaron a los cristianos de Europa. Surge la teología de la crisis.
Fue en ese vacío de referencia y
autoridad que sonó la voz de Karl Barth. Él atacó el subjetivismo de la
religiosidad liberal, que se originó con Schleiermacher, porque se apoyaba en
las experiencias y emociones humanas y no en la verdad de Dios. Barth criticó la
sumisión de la Iglesia a la psicología y exigió que se sometiera solamente ante la
absoluta autoridad de la Biblia. No escatimó críticas virulentas contra
los críticos de la Biblia, especialmente por haber destruido la autoridad de la
Biblia, dejándola sin relevancia para las personas de su época y dejando a la
Iglesia sin un mensaje autoritativo.
Barth proclamó la necesidad de oír otra
vez la voz de Dios en la Escritura, Dios ese que nos habla hoy, de manera
soberana. Su reclamo fue para que se dejara a Dios ser Dios y que la Iglesia
retornara a las cosas divinas.
Barth se levantó contra todo lo que era
humano y que había prevalecido dentro de la Iglesia desde la Reforma,
comenzando con la religiosidad subjetiva de Schleiermacher, pasando por las
ideas de los críticos, de los humanistas, hasta los conceptos de los liberales
de sus días. Él quería que los teólogos se ocuparan de las cosas divinas en vez de
ser exclusivamente historiadores, arqueólogos, filósofos y científicos de la
religión. Sus textos y mensajes vinieron llenos de referencias y exégesis de
textos bíblicos, que él citaba como autoridad.
Barth predicaba fervorosamente sobre
justificación, pecado, gracia, elección, temas fundamentales del pensamiento
reformado. No tardó mucho para que su reacción contra el liberalismo y su
llamado de retorno a la Biblia fuera entendido por muchos, liberales y
conservadores, como el surgimiento de la antigua ortodoxia cristiana,
reinterpretada y adaptada a la nueva realidad, una nueva ortodoxia.
El impacto de la neo-ortodoxia de Barth
se hizo sentir en todas partes. Muchos liberales se vieron obligados a revisar sus
ideas y modificarlas. Muchos conservadores abrazaron la neo-ortodoxia, pues ella por un lado
los hacía respetables intelectualmente (por creer en la evolución y en algunos
aspectos de la crítica bíblica), y por otro, permitía que continuaran usando el
mismo lenguaje de los evangélicos ortodoxos.
La neo-ortodoxia, en realidad, era un
intento de síntesis entre la ortodoxia de la Iglesia y el liberalismo
teológico, y sin duda alguna, en esta síntesis, el liberalismo perdió su
fuerza. Pero, no sólo él - la ortodoxia también ya no sería la misma.
Pese a la deuda histórica que la
Iglesia tiene para con la neo-ortodoxia, por haber enfrentado y detenido el
avance del liberalismo en sus días, esa deuda no puede ser teológica. Pues en verdad, en términos
de contenido, el barthianismo tiene poco en común con la ortodoxia histórica de
la Iglesia. Pero sobre esto escribiré en un próximo
post.
Traducción al Español: AI Lenin MDS
[08.11.17]
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