Por
A. A. Hodge
Habiendo
sido dadas, por inspiración de Dios, las Escrituras del Antiguo y Nuevo
Testamento son para el hombre en su estado actual, la única y todo-suficiente
regla de fe y práctica. Esta palabra divina es, pues, la única norma de
doctrina que tiene autoridad intrínseca para obligar la conciencia. Todas las
demás normas son de valor y autoridad solo hasta donde enseñen lo mismo que
enseñan las Escrituras.
Pero,
es el deber inalienable de los hombres y una necesidad que, en el uso de sus
facultades naturales y por los medios comunes de interpretación, llegar cada
uno a ciertas conclusiones al respecto
de aquello que las Escrituras enseñan. Desde que todas las verdades concuerdan
entre sí, en todas sus partes, y desde que la razón humana busca siempre e
instintivamente reducir a una unidad y coherencia lógica todos los elementos de
los conocimientos que busca adquirir, se sigue que los hombres están como
obligados a construir, más o menos formalmente, un sistema de fe con los
materiales presentados en las Escrituras. Todos los que estudian la Biblia
hacen esto, necesariamente, con el propósito de comprender y coordinar su
enseñanza; y por el lenguaje del que los estudiantes serios de la Biblia se
sirven, en sus oraciones, y otros actos de culto y en su acostumbrada
conversación religiosa, todos manifiestan que, de uno u otro modo, hallaron en
las Escrituras un sistema de fe tan completo según le fue posible a cada uno de
ellos. Si los hombres rechazan el auxilio ofrecido por las exposiciones de
doctrina elaboradas y definidas vigorosamente por la iglesia, cada uno tendrá
que hacer su propio credo, sin ayuda y confiando solo en su propia
sabiduría. La cuestión real entre la
iglesia y los impugnadores de los credos humanos no es, como ellos muchas veces
dicen, una cuestión entre la Palabra de Dios y los credos de los hombres, sino
una cuestión entre la fe probada del cuerpo colectivo del pueblo de Dios y el
juicio privado y la sabiduría aislada del objetor individual. Así, como era de
suponerse, fue que la iglesia procedió, muy lentamente, poco a poco, en esta
obra de interpretar exactamente las Escrituras y la de definir las grandes
doctrinas que componen el sistema de verdades reveladas en estas mismas
Escrituras. Muchas veces la atención de la iglesia era llamada al estudio de
una doctrina en una época, y en una época subsecuente el de otra; y a medida
que progresaba gradualmente el rechazo de las verdades evangélicas, la iglesia
hizo, en diversos periodos, exposiciones exactas del resultado de las nuevas
adquisiciones y dio así al mundo nuevos credos y confesiones de fe con el fin
de conservar la verdad, de instruir con ella al pueblo, y de diseminarla y
defenderla contra las perversiones de los herejes y de los ataques de los
incrédulos y, también, con el fin de tener en estos credos un lazo de fe y
regla común para la enseñanza y la disciplina.
Los
credos antiguos de la iglesia (universal) derivaron de los primeros cuatro
Concilios Ecuménicos o Generales, a excepción de aquel que es llamado el Credo de los Apóstoles, formado
gradualmente de las confesiones hechas en las ocasiones de Bautismo en las
iglesias occidentales, y del Credo
Atanasio, su autor, no se sabe por quién, ni dónde. La gran confesión
autorizada por la iglesia papal fue producida por el Concilio Ecuménico reunido
en Trento, en 1545. La mayoría de las principales confesiones se deben a
personas individuales o a pequeños grupos de personas, por ejemplo, la Confesión de Augsburgo y la Apología, la
Segunda Confesión Helvética, el Catecismo de Heidelberg, la antigua Confesión
Escocesa, los Treinta y Nueve Artículos de la Iglesia de Inglaterra, etc.
Dos, sin embargo, de las más valiosas y más generalmente aceptadas confesiones
protestantes, fueron producidas por grandes y venerables asambleas de teólogos eruditos,
a saber: los Cánones del Sínodo
Internacional de Dort y la Confesión y los Catecismos de la Asamblea de
Westminster.
Traducción
al Español: AI. Lenin MDS
[10.10.16]
Tomado de: Esbozos de Teología, A.
A. Hodge, pág. 146-148.
No hay comentarios:
Publicar un comentario