viernes, 1 de diciembre de 2017

El fundamento de la Iglesia y la fe


Por Rev. Mauro Meister

En Mateo 16 tenemos el relato de un diálogo entre Jesús y sus discípulos durante un "retiro espiritual" que hicieron por las "región de Cesárea de Filipo" (v. 13). A pesar de las multitudes, de las controversias con los fariseos, con otros adversarios, y de las suplicas diarias que recibía de todo alrededor, el Señor llama a los que estaban más cerca a la reflexión, con la intención de mostrarles algunos de los fundamentos sobre los cuales "su iglesia" continuaría y se afirmaría sobre la faz de la tierra.

Con la excelencia pedagógica que siempre es evidente en los Evangelios, nuestro Señor comienza su lección sobre los fundamentos de la Iglesia con una pregunta que va a llevar a otra: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?". Ciertamente, la simple invocación del nombre "Hijo del Hombre" haría que los discípulos reflexionaran acerca de las más diversas conversaciones y discusiones acaloradas, surgidas después de las lecturas de los textos de la Torá los sábados en la Sinagoga. ¿Quién es el "Hijo del Hombre" según los Salmos o Daniel, o incluso en la forma en que la expresión es empleada para llamar al profeta Ezequiel? ¿Quién es aquel a quien tanto esperamos?, era la pregunta que estaba en el aire.

La respuesta estaba lista, revelando que había algunas principales corrientes de interpretación entre los doctos, estas corrientes que se extendían en la opinión del pueblo: Juan el Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas... (v. 14). El pueblo no sabía que el Hijo del Hombre ya andaba entre ellos desde hace unos 30 años, y muy pocos lo reconocieron, entre ellos algunos ciegos, justamente para mostrar que el verdadero problema de la humanidad no es la ceguera física, sino la ceguera espiritual.

Continuando con su sutil y certera pedagogía, Jesús hace, entonces, la pregunta que realmente interesa: " Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" (v. 15). Observe la asociación inmediata: "el Hijo del Hombre" y quien " soy yo”. Aquí está la primera lección directa: Jesús es el Hijo del Hombre anunciado en el Antiguo Testamento.

Como es usual, Pedro sale al frente a dar la respuesta. Es típico de Pedro adelantarse en hablar y actuar. Y la respuesta de Pedro es directa: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (v. 16). La respuesta está cargada de conceptos teológicos fundamentales que provienen de los textos de la Ley, de los Salmos y de los Profetas. En resumen, Pedro hace una asociación teológica al decir que el Hijo del Hombre es el mismo Mesías, que es el Cristo y que éste es el Hijo del Dios viviente, y, al final, ese hombre era aquel que estaba ante sus propios ojos en la región de Cesárea de Filipo. A partir de esta realidad, aprendemos algunos principios importantes en el diálogo que se desarrolla.

El Principio de la Revelación

En la respuesta del diálogo, Jesús muestra, entonces, el primer gran fundamento sobre el que su iglesia está cimentada: la iluminación del Espíritu Santo sobre la Revelación, o cómo llamaré aquí, el Principio de la Revelación. El Señor Jesús dice que no fue carne o sangre que hicieron que Pedro reconociera esta verdad revelada en las Escrituras y ahora expuesta ante sus propios ojos, por el mismo Dios. Esta es una de las diferencias fundamentales entre el cristianismo y otras religiones. La revelación que viene de parte de Dios y que corresponde a la realidad de los hechos. Jesús es aquel que la Escritura dice que es. Jesús es aquel que él mismo dice ser. ¡Jesús es aquel que Dios dice que es! Aquí tenemos tres ideas básicas. Primero, que la revelación pasada se cumple en Cristo, después de todo, él es el Mesías prometido. Segundo, que la revelación presente, en la encarnación del Hijo del Dios viviente, es superior. No en el sentido de que la revelación dada anteriormente fuera imperfecta, sino que ahora, es completa y plena. Todo lo que Dios quiso revelar y mostrarnos en su Hijo (Heb 1,3, Jn 1.18). Y tercero, aprendemos que la iluminación individual es fundamental. El versículo 17 nos enseña que Dios reveló a Pedro esta verdad. Los escribas, fariseos y todos los estudiosos de la época tenían las mismas fuentes que Pedro tenía, pero fue Pedro quien conectó los puntos de la revelación pasada con la revelación presente ante sus ojos. Esta misma verdad es viva hoy cuando, por la iluminación del Espíritu Santo, percibimos en la Escritura la verdad de Dios. Creer en la revelación de la Palabra de Dios es una bienaventuranza: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás". Sobre esta revelación es que la fe de la Iglesia debe estar fundamentada.

El Principio de la Edificación

La respuesta de Jesús a Pedro comenzó con un intercambio de palabras: tú dices que yo soy el Cristo, y yo digo, Simón Barjonas (Simón hijo de Jonás), que tú eres piedra (el significado del nombre de Simón, Pedro). Jesús usa de este juego de palabras para traer a la luz una de las verdades más importantes acerca de la fe de la Iglesia: "Sobre esta piedra edificaré mi iglesia" (v. 18).

El catolicismo romano inmediatamente interpretó el juego de palabras, Pedro y piedra, como que era la misma palabra y con base en esto construyó la doctrina del papado, siendo Pedro el primero de esta supuesta sucesión. Pero aquí hay una falacia. Cuando Jesús dice "esta piedra", no se refiere a Pedro, sino a la verdad pronunciada por Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Es sobre esta verdad que la Iglesia subsistirá, pues es la obra del Hijo de Dios. El mismo Pedro, reflexionando sobre esta verdad, nos habla en su primera epístola: "Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; Y el que creyere en él, no será avergonzado." (1Pe 2.6).

La gran lección aprendida aquí es que la Iglesia de Jesús nunca podrá ser edificada sobre fundamentos humanos. Siempre que interferimos y nos colocamos en el lugar del fundamento verdadero encontramos ante nosotros una iglesia falsa, travestida e irreconocible como iglesia de Cristo.

El Principio de la Propiedad

De la misma forma que la iglesia no puede tener fundamentos establecidos por hombres, ella no puede tener hombres como sus propietarios! Al final del verso 18, el Señor Jesús usa la expresión "mi iglesia". La iglesia es de Él, su novia, por lo cual Él tiene verdadero celo y compromiso. Con base en esta verdad es que son hechas muchas promesas a la Iglesia, entre ellas, que va a presentarla sin mancha y sin arruga.

El Señor sabe que es necesario cumplir toda su obra por la Iglesia para que pueda rescatarla de forma completa. Por eso muestra a sus discípulos: "Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día." (. v. 21). Él dice "mi iglesia" porque Él es el único dueño de ella, trabajó hasta la muerte para que pudiera comprarla con su sangre y nadie más puede reclamar posesión sobre ella y sus miembros. La Iglesia de Jesús no existiría como tal sin su muerte y resurrección, lo que le da completa posesión de ella.

El Principio de la Autoridad

Por último, podemos percibir el principio de la autoridad de Cristo sobre su Iglesia. Para demostrar este principio tenemos, en primer lugar, la afirmación de esta autoridad: "Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (v.18b). El concepto es, en cierto modo, muy simple: el hecho de que la Iglesia tenga la autoridad de la revelación de Dios, ser propiedad y obra de Cristo, no hay nada en este mundo, ni en el mismo  infierno, que pueda colocarse contra ella y vencer. Así, la verdadera Iglesia de Cristo no tiene que temer; no hay poderes que puedan destruirla, porque pertenece a Cristo. Por otra parte, oponerse a la obra de Cristo en la Iglesia es obra de Satanás y es por esto que Pedro es reprendido severamente al oponerse, cuando se dijo que era necesaria la muerte y resurrección del Señor.

Por otra parte, la verdadera Iglesia trabaja como una agencia del cielo aquí en la tierra. El Señor afirma: "Te daré las llaves del reino de los cielos, lo que atares en la tierra será atado en los cielos, y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos" (v.19). Vea que el texto es muy claro en decir que el orden de la acción de atar y desatar comienza en el cielo y es implementado en la tierra por la Iglesia. Creo que aquí tenemos la enseñanza clara, sumado al contexto de Mateo 18.15-18, donde aparece la misma expresión, que la Iglesia tiene la obligación de admitir y dimitir a aquellos que no se preocupan de las cosas de Dios. La Iglesia tiene la responsabilidad de abrir y cerrar la puerta para que las "puertas del infierno" no operen dentro de ella. Por lo tanto, la Iglesia en la tierra debe vivir buscando cumplir la voluntad soberana del Padre del cielo.

¿Y cómo, después de todo, esta fe debe ser vivida aquí en la tierra?

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino."(16.24-28).

Lo que el texto nos muestra es que la vida de fe en la iglesia debe vivirse en torno a la cruz! Es, ciertamente, una vida de negación de los patrones de la individualidad egoísta para vivir los patrones de la vida del bienaventurado. De la misma manera como era necesario que el Señor fuera a Jerusalén para pasar por la cruz, el cristiano toma su cruz y sigue a Jesús hacia los pasos de la resurrección.

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- Sobre el autor:

Dr. Mauro Meister es graduado del Seminario Presbiteriano del Sur. Hizo maestría en Teología Exegética del Antiguo Testamento en el Covenant Theological Seminary y doctorado en Lenguas Semíticas, con especialización en hebreo, en la Universidad de Stellenbosch, en Sudáfrica. Es pastor de la Iglesia Presbiteriana Barra Funda, en São Paulo, presidente del Consejo de Educación Cristiana y Publicaciones de la Iglesia Presbiteriana de Brasil y miembro del Consejo Editorial de la Cultura Cristiana (Casa Editora Presbiteriana). Actúa en el campo de la educación básica como Director Ejecutivo de la Asociación Internacional de Escuelas Cristianas (ACSI). Es autor del libro "Ley y Gracia" (2003) y de artículos en la revista Fides Reformata, de la que es co-editor.

Traducción al Español: AI. Lenin MDS

Fuente: http://bereianos.blogspot.mx/

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