miércoles, 18 de enero de 2017

LA INDIFERENCIA DOCTRINAL

Por R. B. Kuiper
Tomado del libro: El Cuerpo Glorioso de Cristo
Pág. 18-20

La biblia describe a la iglesia como “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15). Esta es una manera clara y enfática de decir que es función de la iglesia defender la verdad. De la misma manera la Escritura en seña clara y enfáticamente que es tarea de la iglesia proclamar la Palabra de verdad (Por ej. Mat. 28:18-20; Hch. 1:8). Siendo ese el caso, la iglesia no tiene peor enemigo destructivo en su medio que la indiferencia a la verdad.

Hay dentro de la iglesia quienes niegan las doctrinas más importantes de la religión cristiana. Hay los que niegan que la Biblia sea la Palabra infalible de Dios, y consecuentemente las enseñanzas bíblicas sobre la Santa Trinidad, la deidad de Cristo y su sacrificio vicario; y estos negadores se encuentran en los pulpitos de las iglesias y en las cátedras de los seminarios. Esto, por cierto, es del todo deplorable. Pero hay que mencionar un hecho todavía más triste. Es que en la mayoría de los casos la iglesia no se preocupa por echar fuera a esos falsos maestros. Si la iglesia tuviese celo por la verdad, debería desembarazarse de los tales, pero la mayoría de las iglesias no lo ha pensado. Los miembros de las iglesias, por lo general, no saben lo que es la verdad y no se preocupan tampoco por conocerla. Las iglesias están llenas de Pilatos que preguntan con desprecio, “Qué es la verdad” Lo que quieren decir es: “Yo no sé, tú no sabes, nadie sabe, nadie puede saber; dejémonos de hacer sofismas acerca de la verdad”.


La Iglesia Presbiteriana tiene tal vez las mejores normas doctrinales de toda la cristiandad. La Confesión de Fe de Westminster y los catecismos son los más acabados, y, consecuentemente, los más nobles productos credales de la Reforma Protestante. Aun así, en los años veinte del presente siglo, unos 1200 pastores de dicha denominación firmaron una declaración llamada: “The Auburn Affirmation” y al hacerlo expresaron su punto de vista, no sólo que la doctrina de la inerrancia de la Sagrada Escritura es dañina, sino que también carece de importancia si un pastor de tal comunión cree o no el nacimiento virginal de Cristo, en su resurrección corporal, en los milagros de la Biblia en general, o en la expiación como satisfacción a las demandas de la justicia divina. Se mantiene aun el torpe concepto que el cristianismo es vida, no una doctrina. La unión de la iglesia, a costa de la verdad, se demanda por todos lados. Muchos miembros de la iglesia aplauden al alcohólico que pidió a un pastor que le dijera la diferencia entre el modernismo y el fundamentalismo, y, cuando se le pidió que repitiera la misma pregunta cuando no estuviera borracho, aquel contestó que entonces no le interesaría saberlo.
Así ha sucedido que muchas iglesias protestantes están manchadas con el modernismo, el cual no es una clase de cristianismo sino una negación del mismo. Algunas de ellas están bajo el control del liberalismo teológico a tal grado que ya no merecen ser llamadas iglesias cristianas. Las así llamadas indecisas deben llevar mucho de la culpa.

A menudo se oye decir que el modernismo, caracterizado por la negación racionalista de los sobrenatural y la sustitución, bajo la influencia de Friedrich Schleiermacher y Albrecht Ritschl, de la experiencia religiosa subjetiva por la objetiva revelación divina, ha sido ahora suplantado por la “nueva ortodoxia” popularmente conocida como el bartianismo. Si tal cosa fuese cierto, no constituiría grande ganancia, si hubiese alguna; porque el bartianismo también es esencialmente modernista. Acepta muchas de las conclusiones de la alta crítica y niega la inspiración plenaria de la Escritura. Cornelio Van Til no estuvo fuera de foco cuando lo calificó de el nuevo modernismo. Sin embargo, simplemente no es cierto que el antiguo modernismo haya desaparecido del todo; y suponer que así es, constituye una evidencia de una increíble ingenuidad y carencia casi completa de conciencia doctrinal. La leyenda de que el liberalismo de Harry Emerson Fosdick ha pasado de moda podría ser una artimaña por la cual el padre de las mentiras piensa hacer dormir a los fieles. Y no es de ningún modo inconcebible que el presente dominio del bartianismo llegue a ser de corta duración. Su flagrante irracionalismo pareciera señalar tal dirección. Como y cuando tal cosa suceda, el liberalismo clásico, en una forma u otra, correrá tan fuerte como siempre. Este liberalismo es tan viejo como la iglesia y sin duda le molestará hasta el fin de la historia. Ahora, como siempre, la actitud de la iglesia hacia este liberalismo debe de ser de inflexible tolerancia.

Cuando el arca del pacto había sido tomada por los filisteos incircuncisos, la viuda del sacerdote Finees dio a luz un hijo, y le llamó Icabod diciendo: “¡Traspasada es la gloria de Israel!” (1 Sam. 4:21) La pregunta pudiera hacerse hoy mismo, si la gloria de la iglesia no se ha apartado de ella. Pareciera que aquella palabra Icabod  debiera grabarse encima de sus puertas.


Aun así, increíble como parezca, es aplicable a la iglesia de todas las edades, también de esta, el regocijo del salmista: “Ama Jehová las puertas de Sion mas que todas las moradas de Jacob. Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios” (Sal. 87: 2,3). 

By Presbiterianos Reformados  

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